AGUARDANDO

Comenzaré a archivar las dudas, por si acaso...

sábado, 31 de enero de 2009

sueño, luego existo

Círculos concéntricos

Me siento en una edad temprana, aún no cumplí los cuarenta, seguramente por la imagen fresca y relativamente joven que me veo. Comparada con la actual, los cuarenta son una buena edad, me supongo. Necesito trabajar, no es necesario un empleo fijo, más bien, siendo modesta, me conformo con algo para ir tirando. La necesidad me obliga a no ser escrupulosa ni mirar con anteojos los pocos ofrecimientos que hay.
En la casa de una pareja de jóvenes y pudientes necesitan una persona que les cuide un niño que padece un mal raro, absolutamente desconocido por mí y al parecer por la gran cantidad de médicos que han visitado sin haber obtenido resultado alguno. El niño tiene siete años, más o menos, y su problema es que no es capaz de andar en línea recta sin ir sujeto de la mano de alguien. Sólo puede estar sentado unos minutos o tendido, pero si está de pie su cuerpo camina haciendo giros sobre sí mismo en un círculo de no más de diez metros de circunferencia. Y si se detiene, el niño cae redondo al suelo, mareado y absolutamente confundido, con el consiguiente perjuicio para su integridad física.
No asiste a ningún colegio por la dificultad de mantenerlo erguido o sentado, no recibe clases de ningún maestro ni tiene otra vida que la de andar caminando como un Forrest Gump pequeño y mudo. Tampoco habla.
El trabajo consiste en estar con el niño caminando mientras que el niño quiera. Y si no eres aceptada por el niño, puedes despedirte de ocupar ese puesto de trabajo.
Todo esto debe suceder en unas secuencias cortísimas de tiempo; más que nada son elucubraciones posteriores para ir encajando cada pieza en su lugar, formando el puzle que va a desembocar en el tramo final del cuento (perdón) del sueño. Y llego al lugar donde me presenta mi valedor y de inmediato el niño me adopta, me tiende la mano, me sujeta con fuerza anudando sus dedos entre los míos y nos ponemos a caminar. Lo hacemos en línea recta, siempre hacia adelante, sorteando los bancos de los parques, los semáforos rojos, las esquinas, los recodos; evitamos las aglomeraciones de gente, los que nos meten publicidad por los ojos, los que nos prometen cosas irrealizables…
…Y caminamos y caminamos, siempre de la mano del niño, y ya estoy reventada y me detengo y el niño no me suelta, pero me sudan las manos y me desprendo de él como angustiada, dando un tirón, y el niño se cae al suelo como impulsado por una fuerza. Me asusto y lloro.
Hay gente que me ayuda a levantarlo mientras toda azorada digo que ya lo voy a devolver a su casa, pero alguien que al parecer lo conoce me dice que me olvide de eso, que al menos hasta las diez no lo reciben en casa. Apenas son las siete de la tarde. ¿Cómo voy a seguir caminando hasta las diez de la noche?
Es imposible, no puedo. El niño podrá resistir, pero yo no puedo… El niño me mira y me coge de la mano, me sonríe y está dispuesto para continuar su recorrido por las calles y las avenidas, los parques y todo el mapa de la pequeña ciudad que habitamos. Miro al niño angustiada, casi rendida, los ojos inundados de lágrimas, el cansancio haciendo mella en todos mis músculos. Incuso al corazón lo presiento agotado.
No le doy la mano al niño. Me la toma. Sonríe y tira de mí hacia adelante.
Unos golpes en la puerta me descubren al final todo el engaño.
“-Mamá… Mamá… Ya son las diez, despierta, ¿te pasa algo?”

Despierto y me acongojo. El niño ha desaparecido. Yo tengo el corazón a cien por hora, las uñas clavadas en las palmas de las manos. Me levanto y me doy una ducha rápida y le escribo un mail a Marta como cada día y le cuento que sobre el sueño que acabo de tener al despertarme, voy a escribir un relato.

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