Las niñas de mis ojos se han marchado. Me he quedado sin niñas y se han cegado mis ojos.
No sólo me he quedado ciega. También sorda y muda y quieta, como un barco sin agua donde flotar, como una sirena vieja y gorda varada en un puerto abandonado, como una ballena que perdio su isla y su norte y apareció allá, donde todos la extrañan, en un lugar remoto y alejado de sus corrientes marinas. Pues igual yo. He perdido mi norte, mi rumbo, mi contraseña. Tardaré dias en recuperar algo de la normalidad de antaño, me haré a la nueva situación con lentitud y sin problemas, pero costará. Cuesta en los primeros dias hacerse al silencio, a los horarios sin nada que hacer, a las caminatas sin la charla contínua, sin el juego constante. a la petición de chuches y de helados, de refrescos y jamón, como si las tardes sólo fuesen territorio reservado para sus juegos, sus paseos y sus inocentes caprichos.
¿Que voy a hacer ahora? Lo cierto es que desde que se marcharon sólo he sabido sentarme ante el teclado y escribir, sin pausa, sin control ni orden,; las páginas están repletas de palabras a las que ahora tendré que dar sentido, explicar y explicarme porqué estan ahí con esa apariencia de mancha sin parecido a nada. Bueno, queridas niñas, que vuestra abuela tiene cosas que hacer, no sigais entreteniéndola, por favor.
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