Llegó Raquel, se me abrieron las puertas, volqué el agua que contenía el cubo, mojé los pies y me lavé las manos. Sonreí porque la fresca agua me bendecía, me trasladaba desde el páramo al oasis y era tan necesaria como el aire para respirarlo. Y con ella, antes que ella y después, en tropel o guardando un paso distendido y relajado, fueron llegando otros que se sumaron al carnaval de las ideas claras y de las mentes limpias, de los rostros sin pintar, sin accesorios que sirvieran para distraernos de la simple contemplación de una dicha nueva, largo tiempo esperada.
Y yo, que no creía en nada, sonreí agradecida, porque la luz de una mirada que presentía se me filtraba por los nublados de mis dias opacos y comenzaba un nuevo tiempo de buenas y espléndidas cosechas.
Volveré a escribir. Porque de pronto es como si creyera en Dios, como si creyera en mí. Como si volviese a ser fuerte, a tener valor, a confiar en mí, a creerme y soñarme porque alguien más lo está creyendo.
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