AGUARDANDO

Comenzaré a archivar las dudas, por si acaso...

lunes, 29 de diciembre de 2008

Poema nº 15 y Victor Jara

Sucede a veces que buscas algo que tienes cerca o que has tenido siempre. Y lo ignoras y sigues buscando, perdida en un laberinto de casualidades, y cuando al fin, sin ton ni son, como por arte de magia lo ves ante tus ojos tan próximo y cercano, tan visible, asequible y anhelando que lo tomes por fin entre tus manos, y te das cuenta y reconoces atónita que ya lo tenías allí y que incluso te habías permitido el lujo de ignorarlo, que por necia te abofetearías y te llamarías imbécil sin dudarlo.


Sucede a veces. A mí me ha sucedido una vez más.

La primera fue cuando en aquéllos años de disloque, pub, whisky y cubata, en un local perfecto de ambiente, de armonía, de musica y amigos que entonces no faltaban, una pareja interpretaba, él al piano, ella al micrófono con la voz cálida de áspero terciopelo ajado, la canción que había de ser por el resto de mis dias el himno glorioso de todas mis vivencias. Al comenzar a oirla me quedé atenta, sobrecogida y muda, escuchando con toda la atención posible y un nudo invisible comenzó a atenazarme la garganta. La música, la letra, la voz de la cantante, las notas del piano, lo que en aquéllos momentos inundaba el ambiente, hizo que se borraran las paredes y los rostros, que se perdieran en un limbo perfecto todas las conversaciones, las risas, los coqueteos, la absurda búsqueda de metas en ambientes tan cercanos, tan bellos como ficticios y efímeros.

La canción que se escuchaba era "Alfonsina y el Mar", lo supe cuando me interesé por ella haciendo un alarde de estúpida consumista con derecho a solicitar cuanto quisiera y pidiendo que por favor la repitieran para poder seguir embelesada en la audición casi perfecta del duo absolutamente compenetrado, unido, fundido en la emoción de las notas sublimes de aquélla canción desconocida.


Cada día, a la misma hora, volvía al mismo lugar y sin esperar a que se la pidiera, la chica que cantaba comenzaba a entonar las primeras notas que eran de inmediato seguidas por el piano que sonaba como si en una sala de conciertos estuviésemos interpretando los unos y escuchando los otros. Mientras tanto ya me había enterado de quién cantaba la canción, según la versión que ellos interpretaban y me había puesto a la búsqueda del disco de Mercedes Sosa en el que aparecía el tema que se había convertido en mi sonata de cada momento. Estaba agotado en los pocos comercios de Sevilla en los que podía adquirirse música de todos las tendencias, y esperé a que lo pidieran y lo trajeran desde Madrid. Iba todos los dias a preguntar y me volvía con la misma cantinela del vuelva usted mañana como si de una ventanilla de la administración pública se tratara.


Cuando al final conseguí el disco -Mercedes Sosa, con su poncho rojo y negro sobre los hombros y el tambor de lisa piel endurecida sobre el que se avecinaba la baqueta dispuesta a extraer su pulso contundente-, observé, absolutamente descreída, qeue ya tenía aquél disco en mi casa y que lo había escuchado cientos de veces. Yo fui una de las personas que meses atrás había cosneguido que aquél fuese el disco de oro de Mercedes Sosa, el más vendido de todos por aquéllas fechas. Al menos así se catalogaba en la portada de cartón cubierta de fino papel de celofán, protector de rasguños y obviedades.


¿Cómo había sido posible que se me hubiese pasado esa canción dejándola atrás en mi mente, ignorándola, como si no la conociera de nada, como si nunca en la vida la hubiese oído?


Y la historia se repite; el hombre -la mujer en este caso-, vuelve a tropezar con la misma historia, la misma piedra en forma de canción, de poema, la constante de mi vida. Y vuelve a ser un poeta sudamericano y en forma de canción interpretada por alguien de aquéllas tierras. si en la primera ocasión fue Mercedes Sosa, en esta es alguien a quien cortaron las alas demasiado pronto, pero que no por ello dejó de volar alto, gritar alto, mantenerse en lo alto sostenido sobre el filo de un puñado de espadas.


-Abuela, pon la canción de Victor Jara-, una miniatura de nieta que acaba de cumplir tres años me pide que le ponga una canción porque en su casa sus padres se la ponen a menudo. Su padre chileno y su madre hija de aprendiz de revolucionaria siempre a la espectativa de lo que trajeran los tiempos, conservan aún y por siempre la buena esencia de los primeros aprendizajes musicales.


Le pongo el disco de Victor jara y comienzan a sonar las primeras notas de una canción, "El derecho de vivir en paz", mientras ella, diminuta y pequeña, encantadora y sublime en aquél momento, va repitiendo las palabras y haciendo que dirige a una invisible orquesta con el movimiento de sus brazos y sus pequeñas manitas bailando en el aire.


Y sigue sonando la música y la niña ya se olvidó de Víctor, que desgrana una variedad de temas de sobra conocidos desde hace mucho tiempo. El disco es una recopilación de muchas de sus canciones y está en la casa desde que en unas navidades de hace algunos años mi hijo pequeño me lo regaló buscando en sus bolsilos pelusa de monedas sobrantes sisadas o encontradas en el pequeño monedero escaso siempre cuando no vacío de cualquier esperanza.


Y en aquéllos momentos, en alguna de las contínuas visitas a la pantalla del ordnador para ver si alguien se acordó de darme un recado sin importancia, escucho que la voz de Victor es un poema convertido en canción. Un poema, exastamente el nº 15 de los veinte más una canción de amor que Pablo Neruda escribió e inmortalizó para que todos fuésemos felices alguna vez oyéndolas, leyéndolas, palpándolas. Entonces me di cuenta de que algunas canciones pueden tocarse con las manos, sentirlas con el alma y tenerlas en el disco almacenadas ignorándolas mientras duermen para que, cuando en algún momento después de unos bostezos incomprensibles, se desperecen, se hagan visibles, suenen. Nos emocionen y nos hagan temblar como si una mariposa se hubiese posado sobre la ténue lámina de una flor perfecta. Nuestra alma puede ser así, como el pétalo de esa flor que se estremece al leve contacto de la más liviana de las mariposas.

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