AGUARDANDO

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jueves, 29 de enero de 2009

EL VIENTO

EL VIENTO

El viento sopla a rachas con fuerza de huracán y a ratos se detiene como tomando aliento para impulsarse de nuevo con vehemencia. Los árboles agitan sus ramajes más viejos y más fuertes, y sus débiles tallos hace ya tiempo que saltaron al aire y chocaron violentamente contra lo que encontraron a su paso, en su camino. El viento se detiene pensativo como un peregrino cansado que a cada tramo toma aliento y retoma el camino con más fuerzas.
El viento, insolente como un viejo descarado, impertinente y soez me levanta las faldas, me agita el pelo, me enciende los colores en la cara. Pero este viento de ahora no es el descarado que se asoma y se esconde, burlando, persiguiendo, engañando a las niñas que bailan solas. Este tiene la furia de un ciclón devastador y profano, es como un dios al que no se le ve, pero se sienten sus daños, se sufren sus condenas, se padece su ira, su cólera y su miedo.
…El miedo. Qué curioso que dije el miedo. Es como si aceptara que el viento tiene entre sus componentes un alto nivel de miedo del mismo modo que muestra su cara violenta y arrolladora. Ese tanto elevado que el viento guarda es el que le hace ir como un fugitivo entrando por las rendijas sin mostrarse abiertamente, con sigilo y provocando al mismo tiempo el miedo que se guarda temeroso para que nadie le descubra.
Cuando el viento es temeroso e irresoluto y avanza azorado con miedo a ser descubierto, produce el mismo efecto esotérico del frío indescifrable, como si la piel clandestina de un reptil se hubiese deslizado veloz y subrepticiamente por la sensible dermis originando esa desagradable sensación de escalofrío que nos recorre en vertical desde la zona occipital hasta las uñas de los pies.
El viento, el asesino… También el asesino cuando es huracán y está descontrolado. ¿Pero quién puede controlar al viento? ¿Quién puede manipular su furia, administrar su ira, conducir sus recursos, procesar sus devaneos lujuriosos? ¿Y quién puede pedir justicia al viento? ¿Responsabilidad por sus quebrantos? ¿Daños y perjuicios por los estragos causados, por las calamidades obtenidas por la iracundia de sus latigazos?
Cuando el viento amenaza no es un bravucón que se jacta, pendenciero; ni el humilde y dócil elemento que se muestra respetuoso de la orden recibida por las fuerzas oscuras que dirigen su conducta, que originan su maldad y lo convierten de suave y benigno aire puro, en altivo e insolente viento del demonio. Cuando el viento amenaza está rindiendo tributo a las potencias naturales que lo impulsan. A sus dioses, a los robustos y excelsos poderes que lo mantienen vivo a cambio de las víctimas inocentes que les presentan para ser inmoladas en el altar de las estúpidas ofrendas.
El gran chantajista jugando con ventaja, manipulando el aire con sus trapicheos indecentes, alterando los ritmos de la vida, permutando vidas y sueños por el cambio ventajoso de lo que quiera pedir en el canje.
-“Me llevo el viento y te dejo dos vidas”.
-“Dos niños”….
-“No. Un adulto y un viejo”.
-“Dos niños”…
-“Me llevo el viento, ya te lo he dicho… dos vidas. Lo que señale mi dedo o no hay trato.
El viento, el asesino no entra en negociaciones. Asola lo que puede, lo que encuentra a su paso. Destruye, arruina, extingue, saquea y aniquila.
Después se posa sobre el suelo y construye un nido con los restos de lo que fue una choza de adobe, de brozas y hojarasca donde permitirá que aniden los hijos de su miedo, las víctimas de su ansiedad y su arrebato.


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