AGUARDANDO

Comenzaré a archivar las dudas, por si acaso...

miércoles, 14 de enero de 2009

eran casi las diez


Eran casi las diez

Eran casi las diez de un día que se postulaba como el del fin del mundo.
Cientos de agoreros charlatanes patentan el suceso y millones de asombros inquietantes le rinden pleitesía a las más duras voces levantadas, a los ecos más fieros, y la más firme condena es declarada como anticipo a todo cuanto vendrá después.
Y de pronto nos vimos allí, hechos un solo cuerpo lastimado, la fe rendida ante lo irremediable, con el dolor hundido hasta las vísceras, haciendo apología del fatalismo mientras el mundo se envolvía el polvo incandescente.
La sangre derramada nos salpicaba a todos a miles de jornadas de la oscilante torre cercenada que se pulverizaba horriblemente sobre el mundo.
La tierra ya no era el latifundio del más fuerte, ni América la tierra segura y planetaria a la que todos mirábamos ahora reducida en escombros, soportándoles el miedo a través de la pantalla.
La elección de los dioses ya no era un problema pues todos habían quedado reducidos al sentimiento de saberse vulnerables.
La sagrada intimidad de los despachos quedó expuesta entre cenizas y entre llamas y el pavoroso rostro de la muerte fue descompuesto en partículas anónimas, configurando el rostro universal de la más inhumana, temida y ya esperada represalia.
Ya no le cabe más asombro a nuestros ojos ni más incertidumbre ni más miedo, ni más ira ni rabia. Ya no nos caben más los sentimientos. Porque estamos tan muertos como aquéllos que caen desde el cielo convertidos en viento que el aire ha calcinado, en esta mañana que parece inventada por un sueño, por una pesadilla producto de una mala noche de resaca.
Es la incredulidad lo que aflora a la cara, a los ojos atónitos y asombradosde espanto, ciegos, sin ira, inundados de espasmo y de fatiga. Abandonados gestos de impotencia, sentimientos sin nombres conocidos, cólera muda, dolor sin inventarios, fiero despecho es lo que acude al solar de la desdicha donde estuvo el gigante venerado, y hoy vencido.
Donde el mito y los dioses más ardorosamente bendecidos en convierten en fábula, y esculturas de adobe corrompibles, falsarios, indecentes, maniqueos, aprenden a llorar como seres humanos.
…Y ahora, ¿qué? ¿Hacia dónde miramos? ¿Cómo serán los días que vendrán, que tienen que llegar irremediablemente para todos? ¿Cómo será posible seguir viviendo así, asistiendo a lo que ha de pasar cuando la pasión se haya convertido en tensa calma? ¿Cómo sería esa gente que murió, de dónde provenía, qué soñaba? ¿Cómo seremos nosotros a partir de esta mañana cuando se nos borre del rostro el signo de interrogación, cuando desaparezca el pavor de nuestra incrédula mirada?
…Y ahora, ¿qué? ¿Qué pasará mañana?
Haremos un entierro común sin muertos, será una ceremonia solemne, con cultos de silencio y sin campanas. Sólo con un dolor, un inmenso dolor y lágrimas, muchas lágrimas…
Y luego vendrá alguien y elevará la voz y gritará a los vientos como un dios iracundo pidiendo y reclamando la venganza.
…Y ahora, ¿qué? ¿Qué pasará mañana?



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