AGUARDANDO

Comenzaré a archivar las dudas, por si acaso...

jueves, 15 de enero de 2009

La mujer que no tenía nada que hacer


LA MUJER QUE NO TENÍA NADA QUE HACER


No tengo nada que hacer. Tengo las manos vacías. Escribo versos profanos, y envío cartas sin fecha, sin destino y si remite. Mi discurso no es un chiste, ¡amigas, por Dios, no rían!
Tengo en la memoria un quiste que no cura un cirujano, ni un brujo ni un alquimista ni el pito de un guardia urbano ni la biblia impresa en pasta. Tengo dos litros de mala leche seguras cada semana, la paz remojándose los pies en la palangana, el sueño de cada día reposando en almohadas y el de todas las semanas grabado sobre la frente. Miro de perfil, porque siempre encuentro gente a la que es imposible mirar de frente a la cara aunque la observes con lentes y con la mirada opaca.
Tengo el deseo constante e insatisfecho de tumbarme sobre el césped y sentir bajo mi cuerpo el cosquilleo de la hierba limpia de insectos, vacía de malas pajas. Tengo el deseo más ferviente de ver que mi vida fluctúa, que invierte en amor y siente que no todo es la porfía ni el absurdo ni el afán del día a día, ni es un alarde de fiestas y de puras fantasías, que no es andar con cuidado amortiguando rumores que llegan de madrugada. Que mi vida no es el revés de este sueño que es el que sueño dormida.
Lo digo ya, claudiquemos. Mi vida es una agonía y no hay un dios que la entienda. Amigas, quito la tienda, porque aquí no vendo nada.
No tengo nada que hacer. Sostengo cirios, levanto polvo, me quito cuando estorbo, me hago humo, disimulo y me limpio el hollín de las sesadas.
Y por hacerle sitio y tiempo al desahogo siempre me quedo sin tiempo y sin sitio para todo.
Leyendo libros prohibidos y masturbando mi mente, pensando en punto y aparte discurro días enteros. La madrugada me espera con los brazos entreabiertos y cuando me ve legar los cierra sobre su vientre y me deja al descubierto, desnuda y a la intemperie. Mas después, cuando llega el mediodía, soy yo quien cruza los brazos en un gesto de desprecio, castigador y valiente. Y entre sollozo y lamento descifro alborozada el jeroglífico inmenso que me dejó la jornada escrito sobre la frente.
Sin tener nada que hacer me sostengo mantenida acristalando los suelos, purificando el ambiente, dando brillo a las estatuas. Quito el hollín que se quedó en el saliente al final de la escalera, pero de todas formas y de todas las maneras, casi todo lo que hago es tan perfecto, que nada, en ningún momento desvirtúa la ambigüedad percibida en el ambiente. Soy de cristal. Mala suerte. Puedo romperme en mil cachos sin hacer ningún intento.
No tengo nada que hacer, por eso escribo a deshora y todo lo que se demora juro hacerlo al día siguiente o al otro, que más me importa, si la casa es un palacio y está todo reluciente. Escribir lo que quiero pues los quehaceres me ahogan y la familia me exprime, me extorsiona, me revienta, mientras yo de mala gana me dejo manipular ofreciendo una sonrisa de agrado y de confianza. “Eso que no hice hoy no lo volveré a hacer más”. Y me perdonan la vida, me dan un plazo más de fianza, una advertencia severa para que aprenda a ser buena y deje de protestar.
Y de trabajar no paro aunque jamás hago nada. Ahueco las almohadas y me tumbo en el sofá del refectorio. Yo soy Inés, y él, Tenorio, que viene a hacerme la ronda, a cantar en mi ventana porque quiere ser mi novio.
No tengo nada que hacer y digo estar ocupada. Me subliman las miradas que me echan de reojo mientras toda colorada pienso que tras la bragueta guardan un pájaro inerte que les sorbió la sesera. Y finjo estar aturdida. Me doy la vuelta y me encojo.
No tengo nada que hacer ni tiempo para ocuparme de nada. Y pienso que no es torpeza y tampoco picardía si lo mucho que yo hago es estar desocupada. Hago la compra, calceta, remiendo, coso y apaño lo que está desapañado. La comida y el lavado siguiendo por el planchado, el fregado, el limpiado de la sala, la moqueta y el jardín, la chimenea, el hollín y… un sinfín de cosas necias que hago por hacer nada.
No tengo nada que hacer más que remedar hazañas de tantas mujeres sabias y seguirla en sus proezas. Y quitar las telarañas de debajo de los muebles y las camas y del cerebelo humano que se guardan las legañas para sacarlas más tarde, cuando he pensado salir con mi marido y los niños para el campo o la piscina. En el momento preciso en el que hago un inciso y los mando de parranda. Yo me quedo en la cocina haciéndoles el almuerzo y todo se queda se queda en casa, menos el polvo y la grasa y ellos, que ya se han ido…Con la mirada, digo adiós a sus espaldas. “Que lo pasen bien, queridos…”
No tengo nada que hacer pero nunca me estoy quieta. Hago las camas pensando que no todo está perdido, que todo tiene un porqué, un motivo, una presencia y un final improvisado por algún Hado malvado o pícaro o asustado que le pondrá lema al verso y le untará carne al verbo y al beso le dará labios.
No tengo nada que hacer pero me diversifico. Estudio latín y griego aunque nunca me harán falta. Tengo las manos vacías, escribo versos profanos, envío cartas sin fecha, sin destino y sin remite. Amigas, no soy un chiste ni tengo ganas de guasa.
Mi sueño es un cielo abierto de arenales movedizos y mi lamento es un grito que le lanzo al infinito en un desierto de espumas contaminadas. Casi toda mi jornada es un suspiro, y por eso, y porque no tengo nada que hacer ni ganas de no hacer nada, me insolento con el día y me encierro a escribir cuentos, historias y poesías.
No tengo nada que hacer más que fingir que lo intento. Se me van las peonadas entre cábalas y vientos y aguaceros de migajas que le sustraigo a los sueños. Yo no tengo más que cuentos para no contar a nadie, yo no tengo más que cuentos. Para no admitir que sueño, que vuelo, que me rebelo y me elevo hasta la altura del suelo que nadie me ha permitido. Y por quitarme cadenas y seguir viva y creyendo que hay vida tras la fregona, tras la muerte cotidiana, tras la inercia y la apatía de mis dormidos guerreros, me pongo el sol a la espalda, la mochila en bandolera, y el mundo, como un pañuelo, recogido en un bolsillo. Olvido el siglo en que vivo y me pierdo por la acera que da vuelta a la manzana.
Canto, si me da la gana. Si me da la gana, grito, y aunque sea leve el destello no hay quien me robe la estrella que me ilumina un segundo. Vuelvo fingiendo ser nueva y sin embargo, creyendo con la inocencia de niña y con los ojos abiertos que me quedé en esa estrella, que me quedé allí viviendo.
Mi vida es un mar profundo de oleajes iracundos, de terribles tempestades, de amargadas somnolencias, de bravatas sin sentido, de tediosos y aburridos y monótonos seriales, pero he de de poder con ella.
No tengo nada que hacer y todo el tiempo del mundo.

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